
Redacción: María Verardini
Cuando alguien menciona Marbella, es fácil dejarse llevar por clichés. Pero hay una Marbella que no todos conocen, donde el lujo no es estridente, sino sereno. Donde la tradición y la vanguardia se abrazan. Y ese es el espíritu que encontré —y viví— durante mi estancia en el Kimpton Los Monteros Marbella.
No era mi primera vez en Los Monteros, pero sí la más especial. El hotel, recién renovado y ahora bajo el elegante sello de Kimpton Hotels & Restaurants, me recibió como lo hacen los lugares con alma: sin artificios, con una sonrisa sincera y esa calma que solo se respira cuando sabes que estás exactamente donde debes estar.

Una bienvenida a la altura del Mediterráneo
Desde el primer momento, supe que esta escapada iba a ser distinta. Tras cruzar el patio andaluz de entrada, perfumado por jazmines y limoneros, me encontré con un lobby luminoso, amplio, decorado con maderas naturales, cerámicas locales y una estética relajada pero impecablemente cuidada.
Mi habitación, una suite con vistas al jardín, era un refugio de paz. Sábanas de lino, aroma a lavanda, amenities orgánicos, arte local en las paredes y una terraza donde el tiempo se detenía. Había silencio, luz y un cierto encanto que te invita a quedarte… y a respirar más lento.

El arte de no hacer nada… en la piscina
Si hay un lugar que me robó horas —felizmente perdidas— fue la piscina central. Rodeada de camas balinesas y palmeras susurrantes, es el corazón del hotel, un rincón donde el lujo se traduce en calma. Me pasé la mañana entre baños pausados y cócteles cítricos del pool bar, leyendo sin prisa bajo la sombra de una buganvilla y dejando que el tiempo se diluyera como el hielo en mi copa.
No sé cuántas veces pensé: esto es lo que necesitaba.

Jara: el sabor con identidad
La noche comenzó con una copa de vino blanco en la terraza del restaurante Jara, donde el sonido del agua de la fuente competía suavemente con una playlist impecablemente elegida. La cena fue, sencillamente, memorable.
Probé un tartar de atún con aguacate y alga wakame, seguido de un solomillo de ternera que aún puedo saborear si cierro los ojos. Los postres, caseros y delicados, y la carta de vinos… sorprendente: referencias andaluzas poco conocidas que merecen más titulares.
Pero más allá del producto, lo que se percibe es una cocina honesta, sin fuegos artificiales, con mucho saber hacer y un servicio de esos que parece leerte el pensamiento. Me sentí cuidada, comprendida, bien acompañada.

Más que un hotel, una manera de estar
Podría hablarte de su arquitectura, de sus jardines, de la cama más cómoda que he probado este año. Pero lo que de verdad me llevo del Kimpton Los Monteros Marbella es una sensación: la de haber parado el tiempo.
Aquí el lujo no abruma, acompaña. No se exhibe, se siente. Es elegancia que no necesita demostrar nada. Es volver a lo esencial, al gusto por las cosas bien hechas, al arte de vivir sin ruido.
Si estás buscando un destino donde cuidarte, desconectar y reconectar con el placer de lo auténtico, no lo pienses más. Ve. Vive. Y después, me cuentas.